miércoles, 1 de mayo de 2024

YELLOWSTONE

 Si el Gran Cañón es una escultura de la naturaleza que deja al espectador sobrecogido por su escala, su color y sus formas caprichosas, el Parque de Yellowstone en las Montañas Rocosas es como convertirse en personaje (minúsculo) de un diorama viviente dedicado a la creación de la tierra y la fuerza y abundancia de los ecosistemas alpinos.

Géiseres, fumarolas, lodos termales de distintos colores, ríos de agua caliente, ... 

A falta de erupciones y ríos de lava, hemos vivido los escenarios naturales más próximos al origen de la vida en la tierra que uno se pueda imaginar,... en el cráter del volcán de Yellowstone.

Y rodeando este escenario, montañas de alturas descomunales cubiertas de bosques infinitos de abetos y pinos todo ello rociado por una generosa capa de nieve que le da a todo un aspecto bucólico. Y por el fondo de los valles que surcan estas montañas fluyen ríos caudalosos que alternan los dinámicos rápidos y estrepitosas cascadas con llanuras sedimentarias donde fluyen con aspecto perezoso dando espacio a enormes prados donde pacen bisontes y alces con la calma del que se siente dueño del territorio.

Y esto es lo que espontáneamente queda a la vista del empequeñecido espectador.


Luego estará todo lo que uno pueda imaginar en lo profundo de sus bosques: osos, lobos, coyotes, pumas, linces, ... persiguiendo antílopes, ciervos, cabras montesas, .... sobrevolados todos ellos por águilas calvas que, estas sí, se dejan dev de vez en cuando en los cielos entre los árboles.

De toda esa fauna de depredadores que están pero no se ven, tuvimos la suerte de poder contemplar fugazmente, de nuevo, un lobo que atravesó la carretera ante nosotros con correr furtivo.

Yellowstone es una explosión de naturaleza y vida de dimensiones tan sobrehumanas que se siente uno como en un zoológico al revés. En el que los animales nos contemplan desde la inmensidad de sus llanuras, desde sus bosques interminables, desde sus cielos mientras nosotros nos paseamos ceñidos a nuestros senderitos de asfalto, confinados en nuestros cochecitos, incapaces de dar dos pasos fuera de nuestro entorno sin perecer a merced de las fuerzas de la naturaleza.