miércoles, 12 de junio de 2024

TIEMPO DE REFLEXIÓN

 Hace tres días Andreu y yo hemos decidido tomar caminos distintos hasta llegar a Ulán-Udé. Nos quedaban cuatro días para llegar allí. Yo he optado por seguir un ritmo de carretera más lento, deteniéndome más a menudo a visitar entornos fuera de la carretera y acampando de camino a la ciudad.

Esta nueva dinámica está propiciando que sucedan más cosas. Lo estoy disfrutando mucho.

Por fin he podido pegarme un baño en un río precioso en un entorno salvaje.


He pasado frío una noche que amanecí a -1ºC a las 6 de la mañana. En estas circunstancias, en un entorno natural, con las luces y los sonidos del amanecer, el frío tras una noche metido en una tienda de campaña es algo que invita a avivar las brasas de la noche anterior para hacer un café. Ese café ardiente y su cigarro reactivan el cuerpo para empezar a trazar la ruta de un nuevo día que no se sabe dónde terminará.

He conocido gente por el camino, en las gasolineras, en cafés de carretera; motoristas (pocos), camioneros, viajeros, … toda una experiencia social la de la carretera que merece una entrada a parte.



He tenido algún percance, la aventura va de esto. Atravesando un riachuelo bajo un puente de la vía del tren, una mala decisión y un golpe de mala suerte terminaron conmigo y con la moto en el río a las 8 de la mañana… Levantar la moto y sacarla de allí me llevó un rato. Tuve primero que desmontar las maletas para aligerarla, arrastrarla un poco hasta ponerla en llano en el cauce de río (porque había quedado patas arriba y así es imposible levantarla) y con todo eso tuve hecho mi ejercicio matutino, empapado y sudando a la vez a pesar del frío de la mañana. Solamente tuve que lamentar, además de mi falta de pericia, la rotura del retrovisor derecho. Nada importante.



He conocido pueblos lejos de la carretera. En general, la Rusia que estamos viendo es pobre. Y más que pobre (que considero que es un concepto relativo) es sencilla, no conoce el consumismo del capitalismo. Los pueblos, sus edificaciones, sus calles, su aspecto en general es muy humilde. Pero los pueblos lejos de la carretera, a diferencia de los otros, tienen una humildad bella, limpia, digna, atractiva. El barro de las calles es marrón fértil, no gris. Las casas son de madera sin parches de uralita o ladrillos vistos de cualquier forma. Hay animales: vacas, caballos, ovejas, perros, … hay huertos cuidados. Huelen a leña, comida y animales. Su escenario de fondo es una naturaleza gratuitamente majestuosa. Pero para encontrarlos hay que arriesgarse a perderse y salirse de la carretera.









En uno de estos pueblos, que vi a lo lejos desde la carretera y al que llegué buscando comida, pregunté a un chico de una edad como Mateo, unos 14-15 años. El pueblo era atractivo, rural. Era domingo, me dijo que la tienda estaba cerrada. Cuando me despedía me pidió si le acercaba a su casa (todo esto en riguroso Ruso). Pensé que le hacía gracia montar en la moto y que le acompañaría tres ‘calles’. Tres pueblos después, tras 25 minutos campo a través (porque me dirigió por donde él hubiera ido andando) llegamos a su casa. Una humilde casa de madera en una calle de tierra en la que sus vecinos jugaban a la pelota. Entró corriendo a su casa y me pidió que esperase. Salió con su hermano pequeño para presentármelo con orgullo, enseñarle la moto y explicarle su aventura. Me hubiera quedado a vivir…

Hoy duermo en lo alto de una montaña a la que he llegado tras una hora de pistas de tierra que llevan hasta Ulán-Udé. Mañana me quedan dos horas más para llegar hasta allí.



El silencio del bosque roto por los cantos de sus moradores. La oscuridad absoluta. La lejanía de la civilización, la proximidad del mundo.

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