sábado, 6 de julio de 2024

NOVOSIBIRSK

 

No estaba en nuestra ruta pasar por Novosibirsk. Pero Andreu decidió en Mongolia que quería tomar una vía rápida hacia Europa por el norte para evitar los calores extremos de Turquía en pleno verano. Así que planeamos venir a pasar unos días a esta ciudad rusa para organizar su ruta hacia Moscú y replantear nuestro viaje independientemente a partir de este punto.

Hasta el momento ha sido la ciudad que más nos ha sorprendido, posiblemente porque no la habíamos ni imaginado por no estar en el plan. Es una ciudad con solera, agradable urbanísticamente, se respira buen ambiente. Es grande pero sin monstruosidades fuera de escala como hemos visto en otras grandes ciudades. Circulan por sus calles vetustos autobuses y trolebuses, contrastando con bastantes coches modernos. Las tiendas, restaurantes, locales en general tienen clase.

Llegamos a mediodía y, una vez instalados en un buen hotel, fuimos a comer a un restaurante georgiano recomendación de la recepcionista. Una maravilla de sitio donde, en un local bonito y un ambiente agradable y animado comimos muy bien, muy bien servidos y a un precio la mitad que nos habría costado en España.

Tras la comida tomamos una copa en un local vecino en la terraza. La cosa se fue animando hasta encontrarnos inmersos en un concierto en la calle rodeados de nuevos amigos. Pasamos allí la tarde y noche sintiéndonos como dos más del vecindario. No era la primera vez que nos sentíamos así en Rusia.



Una de las personas que conocimos allí fue a Artem, Un chico de 30 años, motorista y emprendedor, dueño de un taller de vinilado de coches de lujo. Resultó ser una bellísima e interesante persona con la que compartimos comida al día siguiente y que nos ayudó mucho con la logística del viaje de Andreu a Moscú.

Los tres días que pasamos en Novosibirsk disfrutamos principalmente sus bares y restaurantes. Con la faceta interesante de la compañía de Artem con quien compartimos grandes conversaciones de la vida, de nuestros países, del mundo….



El día 29 de junio por la mañana, tras estos días urbanitas de edonismo, Andreu y yo nos despedimos. El quedó en la ciudad un par de días más para acabar de organizar su nueva ruta hacia Europa por el norte. Yo continué camino hacia Kazajistán tal como estaba previsto.

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