No estaba en nuestra ruta pasar por Novosibirsk. Pero Andreu
decidió en Mongolia que quería tomar una vía rápida hacia Europa por el norte
para evitar los calores extremos de Turquía en pleno verano. Así que planeamos
venir a pasar unos días a esta ciudad rusa para organizar su ruta hacia Moscú y
replantear nuestro viaje independientemente a partir de este punto.
Hasta el momento ha sido la ciudad que más nos ha
sorprendido, posiblemente porque no la habíamos ni imaginado por no estar en el
plan. Es una ciudad con solera, agradable urbanísticamente, se respira buen
ambiente. Es grande pero sin monstruosidades fuera de escala como hemos visto
en otras grandes ciudades. Circulan por sus calles vetustos autobuses y
trolebuses, contrastando con bastantes coches modernos. Las tiendas,
restaurantes, locales en general tienen clase.
Llegamos a mediodía y, una vez instalados en un buen hotel, fuimos
a comer a un restaurante georgiano recomendación de la recepcionista. Una
maravilla de sitio donde, en un local bonito y un ambiente agradable y animado
comimos muy bien, muy bien servidos y a un precio la mitad que nos habría
costado en España.
El día 29 de junio por la mañana, tras estos días urbanitas de edonismo, Andreu y yo nos despedimos. El quedó en la ciudad un par de días más para acabar de organizar su nueva ruta hacia Europa por el norte. Yo continué camino hacia Kazajistán tal como estaba previsto.
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