sábado, 6 de julio de 2024

DE CAMINO A ASTANA, KAZAJISTAN

 La ruta hasta Astana me llevó tres días, unos 1300 km. La carretera y sus paisajes no merecen especial atención. La parte rusa bastante civilizada. La parte kazaja una impresionante llanura de un verde menos fresco que el mongol, anunciando la llegada de zonas más áridas.

Antes de llegar a Kazajistán, hice noche acampado en una solitaria arboleda rusa cerca de la carretera para llegar pronto y fresco la mañana siguiente a la frontera.

Para mi sorpresa, esta fue la frontera más ágil, sencilla y simpática de las atravesadas hasta el momento. ¡Llegué a las 9 de la mañana y a las 9:45 h estaba en territorio kazajo con seguro para la moto contratado incluso! ¡Durante los trámites incluso un oficial militar del lado kazajo se hizo un video conmigo a iniciativa suya!

La carretera de la frontera hasta a Astana es una autopista nivel europeo con muy poco tráfico. A primera hora de la tarde, pensando ya en la posibilidad de llegar a dormir en la ciudad, me quedé sin gasolina en plena autopista. Todavía no tenía cogido el pulso a la distribución de gasolineras en la carretera en este país. Pasaron unos 150 km desde la que debí haber repostado (que no hice porque no estaba en reserva todavía) hasta la que finalmente llegué con la ayuda de Andrei. Un motorista kazajo que, casualmente, venía de Ulan Bator en una Africa Twin se paró a los 10 minutos de haberme quedado tirado. Muy amable y corporativista, no dudó en sacar un par de litros de su depósito para pasarlos al mío y conducir juntos a la siguiente gasolinera que todavía estaba a 50 km. Allí repostamos (a mi costa, claro) y estuvimos casi una hora comunicándonos a base de pocas palabras en un inglés que él no dominaba, fotografías y algo de Google translator. Nos contamos nuestras historias, me ofreció casa para alojarme en Astana y, puesto que le dije que yo todavía pasaba la noche en ruta de acampada, me recomendó un lugar con un río junto a un pueblo donde poder acampar menos expuesto que en la estepa que atravesábamos.

Y en esta acampada tuve la situación más inquietante del viaje hasta el momento.

Tras pasar por el pueblo a comprar algo para cenar, me adentré 2 o 3 km campo a través hasta un recodo del río (seleccionado sobre el mapa) que resultó bastante insulso, incómodo y, además, infestado de mosquitos… Una vez acampado, cayendo la tarde, aparecieron dos chicos de 20-25 años caminando. Nos saludamos y cruzamos cuatro frases cada cual en su idioma, todo en un ambiente de cordialidad y simpatía. Al llegar al lugar yo me había encontrado en el suelo unas gafas de sol de marca Porsche (que solamente se las pondría un ruso o un kazajo), así que, cuando se marchaban, les pregunté si por casualidad las andaban buscando. Para que me entendieran se las enseñé y me dijeron que no eran suyas. Así que, sin tampoco saber qué hacer yo con ellas, se las regalé y se marcharon muy contentos.

En mi pequeña mesa y silla de cámping cené y escribí un rato hasta que los mosquitos me obligaron a meterme en la tienda. Así que pronto, como las 9 o 10 aunque aquí todavía hay luz del sol hasta las 11 o así, dormía.

Me desperté con el sonido de un claxon, el ruido de un motor y las luces de un faro frente a la tiende de campaña a las 2:30 h. Me pegué un susto de la vida. En calzoncillos y camiseta, calzado con las botas de moto, el frontal en la cabeza y armado con mi navajita Tres Claveles de cortar el pan y el queso, salí a ver qué pasaba.

De primeras no veía nada con la luz del faro de una moto que me alumbraba a la cara. Oía la voz de alguien hablando fuerte y exaltado en kazajo (o ruso o vete a saber…).  Al salir del haz de luz y contrarrestar con mi frontal, me encontré con uno de los chavales de la tarde. Sangraba de una ceja y tenía media cara cubierta de sangre. Apagó la moto y se abalanzó sobre mí tambaleándose. Se abalanzó a darme un abrazo. Un abrazo de borracho en plena fase de exaltación de la amistad. Después de muchas frases, gestos, abrazos y apretones de mano, entendí que venía del pueblo a darme las gracias por las gafas. Que estaba con unos amigos en una fiesta y por qué no me iba con él a tomar unas copas. Ante mi prudente y cordial evasiva no paró hasta que se hizo unos videos conmigo y mi moto. Se subió en ella. Lo vi en el suelo, pero tuvo más suerte que yo en otras ocasiones. Llamó a su hermana, que entendí que vivía en Múnich, para hacer un facetime….

Fue posiblemente la media hora más bizarra del viaje… Por fin se marchó a su fiesta y yo pude seguir durmiendo después de limpiarme toda la sangre con la que me había decorado….

A la mañana siguiente recogí el campamento y a las 9 de la mañana estaba desayunando en Astana.

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