martes, 24 de septiembre de 2024

SOAVE. ALTERNATIVA A VERONA

Tras las grises sensaciones experimentadas en Trieste decidí evitar visitar grandes ciudades el resto del viaje. Así que mi siguiente escala prevista en Verona fue sustituida por unas placidísimas tarde, noche y mañana en Soave, una vecina población galardonada en 2022 como el pueblo más bonito de Italia. 



No solamente es un pintoresco pueblo amurallado sino que dedica su economía básica a la producción de vino y, como premio del fluir del viaje, ese fin de semana celebraba su feria anual de la vendimia...



En Soave fui cogido por Cristina, una fantástica anfitriona couchsurfer con la que compartimos una buenísima cena callejera en la feria y una copiosa degustación de vinos locales...

En su casa tuve que compartir sofá con un perro ciego, uno cojo, dos pequeños juguetones y un gato esquivo que se escondía bajo las sábanas. ¡Qué buenos momentos y conversaciones compartidas! ¡Gracias Cristina!


Tras un buen descanso y un desayuno casero tuve oportunidad de recorrer el recinto amurallado del pueblo y disfrutar de su histórica belleza.






TRISTE TRIESTE

Tenía planificado visitar Trieste a recomendación de Tere, gran conocedora y amante de las más bonitas ciudades de Italia. Sin embargo no era mi intención hacer noche allí sinó en una playa de la que me habían hablado muy bien en Eslovenia. Pero la lluvia que me acompañaba desde Croacia me llevó a buscar sobre la marcha una casa de huéspedes en Trieste en la que poder quitarme la ropa de moto empapada y pegarme una ducha caliente.

Así que en estas condiciones, seco y vestido de paisano ya, salí a recorrer Trieste y disfrutar de la gastronomía italiana. 




¡Por fin estaba en la zona Euro! Y se notaba: la habitación, sin baño siquiera, era la más cara de todo el viaje, la comida de pasta, buenísima, cara como el mejor restaurante de las Vegas.
Trieste era el primer ejemplo de ciudad señorial de nuestra histórica Europa que visitaba tras el viaje por el resto del Hemisferio Norte.
El día gris con una fina lluvia persistente, la atareada y sofisticada gente que corría protegida bajo sus paraguas, las calles flanqueadas por burgueses edificios decimonónicos pero carentes de arbolado que suavizase sus imponentes geometrías, me hicieron sentir solo, fuera de lugar, desamparado.



Acostumbrado como estaba a la naturalidad de los entornos frecuentados los últimos meses, a la hospitalidad de las sociedades que me habían acogido, al interés despertado como viajero en tierras extrañas, de pronto me sentía una hormiga más del impersonal hormiguero del que en realidad formo parte como integrante de nuestra moderna sociedad europea...

Tendría que volver a acostrumbrarme y adaptarme a ello, pero de momento quería salir de allí y evitar grandes ciudades hasta el fin del viaje.




CROACIA

La ruta de Sarajevo a Croacia fue una preciosa carreterita a través de imponentes montañas sin a penas circulación.




Al poco de entrar en Croacia atravesando un pequeño grupo de casas me vino un irresistible olor a brasa y carne que me condujo hasta el restaurante Perlica. Junto al párquing, en el asador, dos corderos giraban junto al fuego...


Sin dudarlo un momento me rendí al homenaje de entrada al país:


Bien comido y agradablemente bebido (que no beodo) continué camino hasta Split, ciudad costera que me recomendó mucho un español con el que estuvimos de charla durante una comida en Sarajevo. Simplemente entré hasta el barrio antiguo de la ciudad que se encuentra junto al mar y di un paseo por este antiguo palacio fortificado que en su día erigió el emperador Diocleciano.

Un nuevo espectáculo de conservación de una edificación tan antigua y que todavía hoy sigue inmersa en lo que se fue convirtiendo, a base de reformas posteriores, en el barrio antiguo de la ciudad.






Sin demorarme más, hecha la visita, volví a mi ruta hacia el norte bordeando la deliciosa costa croata en el Adriático. Un rosario de calitas, puertos, embarcaderos, casas y pueblecitos junto al mar sin la mácula del urbanismo desmesurado que suele acompañar a nuestros entornos turísticos en el Mediterráneo.

Tras una noche acampado en una recóndita playa, que no podía sino recordarme a Ibiza, un baño matutino y de nuevo a la carretera rumbo norte.

Ese día, tras cinco meses y medio y 35.000 km por medio mundo, sufrí el primer pinchazo del viaje.

A pesar de tener todo lo necesario para hacer la reparación y haber conseguido parchear el pinchazo de la cámara, un error de último momento volvió a llevarme a tener la rueda desinflada de nuevo y plantearme tener que empezar desde el principio otra vez. A recomendación de Marco (un motorista croata que se había detenido a ayudarme) sucumbí a la oferta de llamar a su mecánico. En 5 minutos estuvo allí, se llevó la rueda y la trajo con una cámara nueva en 30 minutos más. Así que solamente tuve que montarla de nuevo y seguir rodando tras 3 horas de parón...
24 horas más me llevó recorrer la costa croata hasta Eslovenia. Una noche acampado, esta vez en las escarpadas montañas que discurren junto al mar, dio paso a un lluvioso día que hizo tediosa la conducción de salida de Croacia y de atravesar la estrecha franja de Eslovenia en la costa que nos separaba de Italia.
A pesar de que no tenía previsto hacer noche de hotel, empapado y frío me forcé a llegar a Trieste, ya en Italia, a buscar refugio, comida y calor...