Tenía planificado visitar Trieste a recomendación de Tere, gran conocedora y amante de las más bonitas ciudades de Italia. Sin embargo no era mi intención hacer noche allí sinó en una playa de la que me habían hablado muy bien en Eslovenia. Pero la lluvia que me acompañaba desde Croacia me llevó a buscar sobre la marcha una casa de huéspedes en Trieste en la que poder quitarme la ropa de moto empapada y pegarme una ducha caliente.
Así que en estas condiciones, seco y vestido de paisano ya, salí a recorrer Trieste y disfrutar de la gastronomía italiana.
Acostumbrado como estaba a la naturalidad de los entornos frecuentados los últimos meses, a la hospitalidad de las sociedades que me habían acogido, al interés despertado como viajero en tierras extrañas, de pronto me sentía una hormiga más del impersonal hormiguero del que en realidad formo parte como integrante de nuestra moderna sociedad europea...
Tendría que volver a acostrumbrarme y adaptarme a ello, pero de momento quería salir de allí y evitar grandes ciudades hasta el fin del viaje.
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