Por tercer día consecutivo los encuentros sociales marcaron la jornada.
No hacía una hora que rodaba tras haber dejado la casa de
Elibai y su familia cuando un Renault Duster (así se comercializa aquí y en
Rusia y en Mongolia) me adelanta, avanza alejándose, reduce marcha, se pone a
mi velocidad un rato delante de mi y, finalmente, me deja pasar.
Al adelantarlos e ir a saludar me hace señales un hombre de
mi edad con muy buen aspecto y cara de entusiasmo. Me pide que me detenga en el
arcén.
Me paro, total, nadie me espera en ninguna parte hasta
octubre…
Baja del coche este hombre y una jovencita veinteañera y me avasallan a saludos y preguntas acerca de mi procedencia, mi destino y mi historia. A lo largo del viaje he experimentado la curiosidad de mucha gente con nuestro viaje. Pero a nadie he visto como a este par. Estaban hasta nerviosos de la emoción. Combinan preguntas con fotos y con muestras de afecto y admiración sin parar. Con la actitud de dos niños que han encontrado a su ídolo del fútbol. Cuando llevábamos media hora bajo un sol de justicia y yo con todo mi equipamiento, la simpatía amenazaba con desvanecerse.
El hombre debió captarlo y me dijo que fuésemos a un café a
tomar algo. ¡¡Yo…tenía que avanzar algo hoy!! Le dije que tenía camino por
delante… me preguntó que cada cuanto hacía descansos. Le dije que una hora.
Hizo unos cálculos y me dio el nombre de un restaurante a una hora y cuarto de
camino. No pude negarme.
Nos encontramos en uno de los restaurantes más elegantes del viaje.
Youri y Anna son dos compañeros de trabajo de una
consultoría ambiental que se dedican a visitar empresas para ofrecerles proyectos
de mejora en eficiencia ambiental de sus procesos. Pero Anna, que tiene 23 años,
no tiene más estudios que los básicos y Youri, que tiene 53, había sido
camionero de largo recorrido durante 15 años de su vida. Son una compañía
realmente curiosa. Simpáticos, divertidos, raros en su entorno, entrañables.
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