martes, 20 de agosto de 2024

LA COSTA DEL MAR NEGRO

 Aunque inicialmente mi intención era bajar hacia el sur de Turquía y visitar lugares que me habían recomendado cerca de Siria, la reparación de la moto que realicé en lo alto de la montaña no quedó perfecta y la moto perdía aceite. Además, me tocaba hacer algunos mantenimientos periódicos también, así que decidí seguir por la costa del Mar Negro hasta el concesionario Yamaha más cercano en Trabzon. Llegué un  sábado y me atendió un mecánico súper simpático y profesional. Tenía todo para hacer el mantenimiento, pero le faltaba, precisamente, la junta de la tapa del embrague. Me dijo que había que pedirla y esperar hasta el miércoles o jueves siguiente. Pero me dijo también que la junta la tenían en otro concesionario en Samsun (como las televisiones pero sin ‘g’) que está a 330 km de distancia siguiendo la costa. Llamó y allí le dijeron que podían atenderme el lunes. Así que decidí seguir camino y no estar parado 4 o 5 días. Muy amable, Karem me dio dos litros de aceite para ir ‘aliñando’ la moto por el camino, porque que perdía a razón de un litro cada 150 km. No me cobró nada, me dijo que en el otro concesionario (del mismo propietario) ya me lo incluirían en la cuenta de la revisión.

(Esto en España no pasa)

Revisando el nivel de aceite cada 50 km y añadiendo lo perdido por el camino (he dejado el Mar Negro más negro de lo que era…) recorrí la mitad del camino el mismo sábado por la tarde. Llegado el momento de acampar, de forma espontánea, decidí meterme en un pequeño puerto muy pintoresco que se apreciaba desde la carretera. Era casi un embarcadero con espigón de protección. Los árboles afloraban entre las escolleras y el muelle. Media docena de casitas de pescadores y un bar constituían toda su urbanización. Era monísimo.



Al adentrarme, enseguida me encontré con un grupo de pescadores que andaban de charla en sus sillas a la puerta de una de las casetas. Verme aparecer con toda mi parafernalia supuso un evento desconocido para ellos. En el puerto solamente había su docena de embarcaciones de pesca… Les pregunté si podía acampar en algún rincón del puerto y, de entrada, pusieron cara de: ‘qué me estás contando?!’

Pero después de un cierto debate en turco, del que no fui partícipe pero sí espectador, me dijeron que sí y me acompañaron al extremo de un muellecito interior de lo más auténtico al lado de sus embarcaciones y sus aperos.



Mientras desplegaba mi campamento, porque ya atardecía, fueron viniendo éstos y más paisanos que aparecieron a interesarse por mi historia y por si había comido ya…

A partir de ese momento dejé de ser un extraño y pasé a ser uno más.

Té, cervezas, patatas, quesos, pan, risas, más cervezas, tabaco (en Turquía el fumar forma parte de la cultura como el tomar té), … me dejaron ir a dormir a las 2 de la mañana casi.



A las 4 de la mañana me desperté (ligeramente) con el trasiego de pertrechos en el muelle y el ‘chup, chup, chup,…’ de los motores de las pequeñas embarcaciones de madera que partían a faenar al amanecer. Seguí durmiendo hasta que a las 7 el calor ya era insoportable en la tienda de campaña.

La vista del puerto desde el saco era preciosa…



Me fui a la playa del exterior del arranque del dique y me pegué un baño reparador y preparador para el día que se me venía.

Mi intención era recoger y marcharme a molestar a otra parte. Pero al regresar al campamento, hacia las 8, empezaron a regresar las embarcaciones con pescado (pequeños bonitos principalmente). Tal como lo descargaban me iban ofreciendo mi parte y preguntando que a qué hora quería comer… no me dejaron marchar.

Pasé la mañana un rato escribiendo a la sombra de una de las terrazas invitado por uno de ellos, otro rato tomando té en la terraza del bar con otro grupo, una cerveza en la caseta del de más allá… y finalmente uno me invitó a comer en su terraza con su familia.

Buenísima y agradabilísima comida con Abdullah, su mujer y su hija (que era la única de todo el puerto que se defendía en inglés). Comida familiar, conversación de la vida, risas, simpatía, comodidad…

Tras una siesta en el horno en el que se había convertido la tienda de campaña, un baño y apareció uno de los pescadores me vino con una caja de piezas de motor, me la dio y me dijo que le acompañase que había que reparar el suyo…






Con su hijo, un amigo y otro hombre, que resultó ser el mecánico profesional de la escena, fuimos a un tingladillo en el que yacía un barco de pesca de madera de unos 15 m de eslora y 30 años de historia. Allí me gané la cena limpiando piezas llenas de grasa.

Justificado el jornal, fuimos todos a hacer un guiso con los pescados de la mañana (buenisísimo!!) acompañado, como es habitual aquí, de ensalada de tomate y pepino, aceitunas negras, queso y pan de leña tipo torta para morirse de bueno… todo ello regado abundantemente con raki (un anís que mezclan con agua al estilo pastís).

Para la sobremesa dejamos la terraza de la caseta y nos trasladamos todos a mi campamento en el muelle donde fuimos dando con todo el raki, las cervezas que alguien trajo de no sé donde y picando todo lo que se iba aportando… en esa familia unida por los nobles sentimientos de la ebriedad me cogió entrada la noche del domingo. Se fueron marchando y despidiendo con nostalgia hasta nunca o hasta siempre sabedores de que al día siguiente a las 6 tenía planeado ponerme en ruta para llegar a Samsun a primera hora.

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